Los relatos de las dos caras de una misma moneda...
Bienvenidos al país sin fronteras
Todo lo escrito rompe las fronteras de la libertad, son muestras de mis sentimientos y la verdad es que lamento que sólo me inspire la tristeza. No obstante, espero que os gusten mis textos/relatos, y si es posible, que os lleven a reflexionar. Un saludo.
jueves, 28 de febrero de 2013
Dualidad.
¿Es el Sol más oscuro que la Luna?
Es la decisión mas compleja que la duda...
Como un día frío en verano,
fuera de lugar, ajeno al camino.
Mi estandarte de libertad, perdido,
nuestro andar despreocupado, precavido.
¿Es el árbol cruel por deja caer las hojas?
Como el ritmo de un latido ya usado.
O simplemente, ¿causa y efecto?
Así cada noche, evocando paradojas.
Buscando y rogando un momento,
perfecto, para olvidar cada defecto.
-Sergi Bosch.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Resuena.
Y resuena el latido de mi alma, como tu voz que me llama, las bellas palabras que me calman y me traen de nuevo hasta mi hogar, tu cama...
viernes, 17 de agosto de 2012
Balada nocturna.
Cada noche, mi corazón marca el ritmo de la balada,
y mientras bailo, toco mis cicatrices, en mi piel grabadas.
Poco a poco me convierto en sólo otro recuerdo,
me desvanezco, me evado con los trastos,
esperando buenas palabras de lo incierto.
Nunca buenas nuevas brindaron los cuervos,
nunca buenas nuevas brindaron los cuervos...
jueves, 10 de mayo de 2012
¿Alguna vez...?
¿Alguna vez te has sentido caído?
Tus cercanos ven tu cadáver,
y sonríen sin haberte conocido.
Que caminas al revés,
la vida te recuerda que vagar
no es lo mismo que andar.
Luchar y caer es agonía,
sufrimiento en si mismo.
Cada dia te reflejas en el espejo,
te ves morir... cerca de acabar,
y es curioso lo que se parecen vivir y sufrir,
sufrir y sentir., sentir y amar.
Te sientes en la cuerda floja,
dónde antes te sentías ágil,
ahora avanzas a pata coja,
estás al borde del desfiladero,
mientras te corroe ese terror sincero.
Hierve tu sangre, evapora tus sentidos.
Poco queda cuando el último latido
se ha perdido. Lo buscas, se ha desvanecido.
Te sientes raro, muerto, te confunde,
dudas de lo incierto y eso, te conmueve.
La duda proclama un concierto en tu corazón.
Te persigue la cordura, evitas la razón.
Si es así, pobre diablo. El mundo te ha forjado,
rebelde, complicado y propenso a dudar.
Si vas a caer, asegúrate de que te puedes levantar.
lunes, 9 de abril de 2012
Ignorante...
Ignorante es el que lleva al destierro,
por miedo, al amor sincero.
Ignorante es el que respira por respirar,
en vez de cada día darse una razón a uno mismo
para no abandonar.
Ignorante es el que se deja llevar por la corriente,
asumiendo que no puede nadar tan fuerte como para salir del mar.
Ignorante es aquel que mira una hoja caer, y después otra, y después otra,
y no se da cuenta de que era su tiempo que se iba para no volver.
Ignorante es el que sigue sin más su camino,
el que nunca abandona su sendero,
el que se pierde en el quiero y no puedo,
el que no desafía al destino.
Ignorante es el que da por hecho lo incierto,
el que nace y cree que aún no ha muerto.
por miedo, al amor sincero.
Ignorante es el que respira por respirar,
en vez de cada día darse una razón a uno mismo
para no abandonar.
Ignorante es el que se deja llevar por la corriente,
asumiendo que no puede nadar tan fuerte como para salir del mar.
Ignorante es aquel que mira una hoja caer, y después otra, y después otra,
y no se da cuenta de que era su tiempo que se iba para no volver.
Ignorante es el que sigue sin más su camino,
el que nunca abandona su sendero,
el que se pierde en el quiero y no puedo,
el que no desafía al destino.
Ignorante es el que da por hecho lo incierto,
el que nace y cree que aún no ha muerto.
viernes, 2 de marzo de 2012
¿Para qué?
Ojalá las hojas muertas no cayeran nunca de su hogar,
buscando en el suelo una esperanza que no va a llegar.
Ojalá el pájaro no abandonara su nido,
que después extrañará, cuando se encuentre perdido.
Ojalá la rosa viviera para siempre, inmortal,
ojalá el corazón reine, si es que llega, hasta el final.
Ojalá el amor sólo tuviera un filo,
sólo una dirección, como la que recorre la vida,
y no jugara con lo incierto ni atacara las heridas.
Ojalá tu calor me abrigara esta fría noche,
recordándome que un bache en el camino
no significa que ya no controle mi destino.
Ojalá el viento siempre soplara a mis espaldas,
siempre dando oxígeno a este náufrago,
siempre llevando el barco hasta tu mirada.
Y si tras cada alegría se esconde tristeza,
y si tras cada agonía se oculta la dicha...
¿Para qué el llanto? Si la realidad se desmorona,
cuando se seca la última lágrima y se ultima el testamento,
la verdad cada vez más dura, de que hora tras hora,
la muerte está servida.
¿Para qué la risa? Si el instante fugaz se fuga
tras su despertar y desaparece con miedo
de que nunca le vuelvan a llamar.
¿Para qué un final? Si en mi corazón la duda jamás duerme,
si en mi interior la alegría rara vez viene a verme.
¿Para qué un comienzo? Tras cada vivencia y rogando demencia,
me doy cuenta de que cada camino lleva al tropiezo.
¿Para qué el reloj? Que susurra imperturbable,
que todo acabará, y que el término tarde o temprano llegará.
¿Para qué contar cada segundo? Si al vivir moribundo,
tras cada momento, tras cada segundo, estoy mas cerca de morir.
Puede que en el sendero no halle más que un recuerdo,
y siento que cada latido ya no es sincero.
Quiebra, retumba y me acosa, evoca mi debilidad
y con su habitual crueldad,
cada paso sólo me sumerge más en la inmensidad,
me llena el vacío de que tras cada desvarío todo es peor,
y el delirio me distrae de la batalla en mi interior.
Y cuando incluso muere el instante...
no me queda otra que admitir que es cierto,
la verdad grabada en mi corazón por mi pecho cubierto,
vivo para convencerme de que aún no he muerto.
-Sergi Bosch
buscando en el suelo una esperanza que no va a llegar.
Ojalá el pájaro no abandonara su nido,
que después extrañará, cuando se encuentre perdido.
Ojalá la rosa viviera para siempre, inmortal,
ojalá el corazón reine, si es que llega, hasta el final.
Ojalá el amor sólo tuviera un filo,
sólo una dirección, como la que recorre la vida,
y no jugara con lo incierto ni atacara las heridas.
Ojalá tu calor me abrigara esta fría noche,
recordándome que un bache en el camino
no significa que ya no controle mi destino.
Ojalá el viento siempre soplara a mis espaldas,
siempre dando oxígeno a este náufrago,
siempre llevando el barco hasta tu mirada.
Y si tras cada alegría se esconde tristeza,
y si tras cada agonía se oculta la dicha...
¿Para qué el llanto? Si la realidad se desmorona,
cuando se seca la última lágrima y se ultima el testamento,
la verdad cada vez más dura, de que hora tras hora,
la muerte está servida.
¿Para qué la risa? Si el instante fugaz se fuga
tras su despertar y desaparece con miedo
de que nunca le vuelvan a llamar.
¿Para qué un final? Si en mi corazón la duda jamás duerme,
si en mi interior la alegría rara vez viene a verme.
¿Para qué un comienzo? Tras cada vivencia y rogando demencia,
me doy cuenta de que cada camino lleva al tropiezo.
¿Para qué el reloj? Que susurra imperturbable,
que todo acabará, y que el término tarde o temprano llegará.
¿Para qué contar cada segundo? Si al vivir moribundo,
tras cada momento, tras cada segundo, estoy mas cerca de morir.
Puede que en el sendero no halle más que un recuerdo,
y siento que cada latido ya no es sincero.
Quiebra, retumba y me acosa, evoca mi debilidad
y con su habitual crueldad,
cada paso sólo me sumerge más en la inmensidad,
me llena el vacío de que tras cada desvarío todo es peor,
y el delirio me distrae de la batalla en mi interior.
Y cuando incluso muere el instante...
no me queda otra que admitir que es cierto,
la verdad grabada en mi corazón por mi pecho cubierto,
vivo para convencerme de que aún no he muerto.
-Sergi Bosch
lunes, 27 de febrero de 2012
En la cima del mundo.
Sentado en la cima del mundo,
desamparado, hastiado, solo atento
al rumor que retumba desde lo profundo,
como un tambor, incita con furia
la duda en mi interior.
Al acabar, comencé, pues no hay final.
Y al comenzar, lo logré, porque mi valor
y mi miedo se miran de igual a igual,
mi confesión: no me guía el honor,
pero tampoco temo al dolor.
No se trata de valentía o de heroísmo,
del impulso de ser común y a la vez raro,
de cogerte de la mano, de mirarte a los ojos,
y borrar de tu corazón cada reparo.
De acompañarte en tu caída al abismo,
de que me devuelvas la mirada y sonrías,
pues sabes que pese a cada cicatriz, soy yo mismo.
Mas tal como los pétalos de una rosa,
que se marchitan y sucumben,
me encontraba yo en mi lúgubre madriguera,
atemorizado, con mi plegaria, escapar de la soledad,
mientras mi esperanza y mi voluntad se consumen.
Al dirigir la vista a la inmensidad,
comprendí que pese a elevarme sobre el resto,
no soy superior a nadie.
Ni siquiera de los necios que no cuestionan lo incierto,
ni de los que viven como les mandan
y mueren cuando se lo ordenan.
Exasperado y confuso, eché un vistazo al cielo.
Me sentí en casa, pese a estar tan lejos de mi morada.
Las estrellas, tenues y difusas decoran mi decadencia.
Caí en la cuenta; la noche no estaba nublada,
eran las lágrimas que brotaban de mi mirada.
Al mirar mis manos, empecé a entender el motivo de mi escalada.
Nadie hará por mi, lo que yo no haga.
Y las arrugas de un millar de vivencias,
las heridas de incontables caídas...
¡No desaparecerán!
Pues permanecen para recordar mi lucha hasta el fin de mis días.
Busqué con mis ojos el firmamento,
emocionado aunque demasiado cansado,
esperando compartir mi descubrimiento.
Olvidé que estoy sólo,
sin nadie con quien compartir mi conocimiento.
Y al empezar a bajar, una voz retumbó en mi pecho,
las plegarias fueron atendidas y curada mi maldición.
La dicha sacudió mi moribundo corazón.
Un susurro llegó desde lo mas recóndito de mi ser:
"No hay cima muy alta,
sólo dudas en la subida.
No hay mayor miedo,
que el temor a la caída"
-Sergi Bosch
desamparado, hastiado, solo atento
al rumor que retumba desde lo profundo,
como un tambor, incita con furia
la duda en mi interior.
Al acabar, comencé, pues no hay final.
Y al comenzar, lo logré, porque mi valor
y mi miedo se miran de igual a igual,
mi confesión: no me guía el honor,
pero tampoco temo al dolor.
No se trata de valentía o de heroísmo,
del impulso de ser común y a la vez raro,
de cogerte de la mano, de mirarte a los ojos,
y borrar de tu corazón cada reparo.
De acompañarte en tu caída al abismo,
de que me devuelvas la mirada y sonrías,
pues sabes que pese a cada cicatriz, soy yo mismo.
Mas tal como los pétalos de una rosa,
que se marchitan y sucumben,
me encontraba yo en mi lúgubre madriguera,
atemorizado, con mi plegaria, escapar de la soledad,
mientras mi esperanza y mi voluntad se consumen.
Al dirigir la vista a la inmensidad,
comprendí que pese a elevarme sobre el resto,
no soy superior a nadie.
Ni siquiera de los necios que no cuestionan lo incierto,
ni de los que viven como les mandan
y mueren cuando se lo ordenan.
Exasperado y confuso, eché un vistazo al cielo.
Me sentí en casa, pese a estar tan lejos de mi morada.
Las estrellas, tenues y difusas decoran mi decadencia.
Caí en la cuenta; la noche no estaba nublada,
eran las lágrimas que brotaban de mi mirada.
Al mirar mis manos, empecé a entender el motivo de mi escalada.
Nadie hará por mi, lo que yo no haga.
Y las arrugas de un millar de vivencias,
las heridas de incontables caídas...
¡No desaparecerán!
Pues permanecen para recordar mi lucha hasta el fin de mis días.
Busqué con mis ojos el firmamento,
emocionado aunque demasiado cansado,
esperando compartir mi descubrimiento.
Olvidé que estoy sólo,
sin nadie con quien compartir mi conocimiento.
Y al empezar a bajar, una voz retumbó en mi pecho,
las plegarias fueron atendidas y curada mi maldición.
La dicha sacudió mi moribundo corazón.
Un susurro llegó desde lo mas recóndito de mi ser:
"No hay cima muy alta,
sólo dudas en la subida.
No hay mayor miedo,
que el temor a la caída"
-Sergi Bosch
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